Lo siguió por su aire a la vez gentil y determinado, pero ahora se siente perdida entre las sábanas. Hace demasiado tiempo que un hombre acarició su cuerpo. Con los años, aprendió a olvidar el deseo y le gusta eso, estar tranquila.
Agarrada de la espalda de su compañero como si fuera un salvavidas en el medio del mar, el oleaje salado que la lleva le recuerda a lo lejos cuánto le gustaba morder: los labios, el nacimiento del cuello, la palma de la mano, la piel suave del bajo vientre. Lo recuerda, pero no llega a desearlo. Un suspiro involuntario se escapa e interrumpe el tangueo de las olas. Anclado en sus ojos, el hombre rueda a su lado sin soltarla. Su mirada es tranquila y penetrante en el silencio, solo se escucha su respiración entrecortada. Agradecida, ella desliza su mano sobre el torso picado de raros pelos blancos, hasta enlazar su cintura para acurrucarse.
El calmo roce de las pieles la devuelve a su centro de mujer viva, vibrante y, sin abrir los ojos por miedo a desorientarse, busca la boca de su amante. Desnudos, retoman su encuentro desde el principio, guiado por las libertades que toman ahora labios, dientes y lenguas que se reconocen en la oscuridad. Las manos también se sueltan, deseosas de encontrar el núcleo donde la vida nace y palpita. Mientras ella se aproxima con prudencia, la sorprende el violento despertar de su deseo remecido por una precisa incursión en su refugio húmedo.
Activada por un placer casi olvidado, iza sus velas para sujetarlas al mástil alzado sobre el mar azul de su cama, listo para retomar el rumbo hacia el horizonte. Esta vez ella toma feliz la barra, mientras admira el entusiasta balanceo de la popa. Las olas golpean en crescendo, el viento vibra en sus oídos, pero lejos de asustarse mantiene firmes las escotas. Moviendo lentamente el timón de babor a estribor, de estribor a babor, para mitigar la fuerza del impacto y disfrutar mejor el viaje, cierra los ojos, gozando el intenso sentimiento de libertad que llega del pasado.
Entregada a su deleite, suelta la cuerda de vela y no ve venir la gigante ola que sumerge el velero, precipitando en un torbellino a los dos tripulantes enlazados. El mástil está intacto, asegurándoles su apoyo benévolo, hasta que la oleada se apacigüe y los abandone en la orilla, vientre contra vientre, aspirando con delicia el olor de las algas en sus cabellos. Retomando vigor, ella empieza a lamer golosamente el hombro de su acompañante. Él se aparta un poco, ofreciendo su pecho a sus mordiscos, mientras vuelve a mirarla intensamente.
Enero 2019
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