Luz de papel - A mi padre
- Admin
- 26 jul 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 28 jul 2021

A mi padre
Seguía comprando libros, pero sentarse a leer con calma se había vuelto un ejercicio ilusorio. Con suerte terminaba la segunda página antes de que le diera sueño o que su mente se volará irremediablemente. Las últimas adquisiciones se acumulaban en una pila desordenada que crecía de a poco en el piso, junto con la culpa por el gasto inmoderado. Había de todo, novelas, libros de pintura, crónicas y ensayos, llenos de belleza, ideas, sueños, teorías e interpretaciones. ¿Qué más daba, si la luz se había apagado entre los pliegues del papel?
Con un suspiro, Luciano se levantó de su sillón para ir a la cocina y preparar un café. Al pasar, encendió la radio para hacer callar el silencio. Sonaba una canción francesa que Clara amaba y hubiera entonado, aun cuando la última estrofa corría tan rápido detrás del enloquecido vals de mil tiempos que era imposible no equivocarse. Por un maravilloso instante la escuchó cantar y reír en su memoria, sin aliento, porque una vez más no lo había logrado. Clara. No tenías el derecho. No debías partir primero.
Suspirando de nuevo, Luciano entró en la cocina que mantenía siempre limpia. No era por el orden doméstico que echaba de menos a su esposa. Era por la complicidad, las conversaciones sobre las noticias, las caminatas antes del aperitivo, todas las palabras yendo y viniendo entre ellos, hasta las peleas, lejos de este silencio vacío que odiaba. El silencio. Luciano decidió que sería mejor ir al café cerca de la plaza, frente a la librería. Al buscar un chaleco, echó una mirada al escritorio-taller donde pretendía volver a pintar algún día, mañana. Había parado antes de quedar viudo. Costaba menos encontrar un resplandor en los ojos de Clara que entre las transparencias desiguales de sus acuarelas. Era el único responsable de su sequía, había dejado el orgullo interponerse entre el papel y los pinceles que enjuagaba dudoso en el agua turbia. Ahora trataba de convencerse de que podría empezar de nuevo, pero en algún lugar de su cuerpo sabía que no era cierto.
Le gustaba conducir en el camino hacia la plaza y sus árboles frondosos. Aun cuando se había prometido no hacerlo, entró primero en la librería, esa tienda de dulces para el alma de todos los colores y sabores. En el primer mesón estaban las ofertas del día. Se dejó tentar por un manual de autoayuda para los que piensen demasiado y el diario de lectura de un escritor famoso. Eran textos fáciles, por un rato disfrutó el imaginarse leyéndolos.
Sentado a la mesa del café, un goteado a la mano, la bolsa de la librería en la silla del lado, Luciano ofreció su rostro al sol y se dejó encandilar hasta ver a Clara sonriendo. Ella hubiera querido que volviera a pintar. Por la tercera vez esa mañana suspiro profundamente. Se puso de pie para pagar y volver a su auto. Es solo después de llegar a la casa que se dio cuenta de que había olvidado los libros.
Diane Alméras
Julio 2013
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Cita fuente ilustración: Imagen de Mystic Art Design en Pixabay.com
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