Contar historias es lo que hacemos desde que nuestros ancestros se sentaban juntos alrededor de la hoguera. Lo hacemos todo el tiempo, desde que aprendimos a formar palabras. Nos contamos historias a nosotros mismos en nuestra cabeza, contamos historias a los amigos y a la familia, en la mesa, en la cama, en la calle, en el trabajo y en las redes sociales, en todas nuestras conversaciones. Hablando, escribiendo, dibujando, bailando, cantando, en las salas de clases, en los parlamentos, en el noticiero, contamos historias. Contamos historias y queremos ser escuchados. Contamos historias y queremos que nuestra versión sea reconocida como la verdadera, sino la más próxima a la verdad. Contamos historias de amor, de infierno y de paraíso mientras soñamos de belleza, de alegría y de abundancia.
En ese ir y venir de historias, pantallas luminosas están reemplazando la mirada de los otros, de las otras sentadas a nuestro lado, en cualquier mesa, cerca de cualquier fogata. Nadie lo reconoce, pero observar el mundo a través de pantallas de reflejos azules, que multiplican la irrupción en nuestro espacio confinado de verdades contradictorias que todas apelan a la ciencia, nos deja, más que nunca, presos de las creencias. ¿A quién escuchar? ¿Quién es el verdadero antagonista? El antagonista es el motor de cualquier historia. Es la resistencia de la protagonista a las fuerzas que se oponen a su deseo que motiva sus decisiones y engendra el relato. Es la lucha contra el antagonista que incita a sacar fuerzas de flaqueza y permite descubrir talantes insospechados, soluciones inesperadas. ¿Quién es el antagonista? ¿El remedio o la enfermedad? No saberlo hace imposible construir un arco narrativo.
Contar historias en tiempo de pandemia es como una espina que se aloja cada día más profundo en el corazón. ¿Es ético consagrarse a contar historias sin razón ni fin, cuando hay tanto sufrimiento e incertidumbre aquí al lado, allí en todo el planeta? Hay urgencia de comunidad, hay urgencia de cantos y de conversaciones, hay urgencia de consuelo y de esperanza. ¿Y la poesía? ¿Y los cuentos? ¿Y las novelas? Solía decir que un libro puede tener más peso sobre el destino de un alma joven que todos los sermones escuchados en la casa o en la escuela. ¿Cuáles son las historias que pueden contraponerse a los relatos que entran a la velocidad de la luz por medio de las pantallas? ¿Cuál es la historia que puede crear espacio en la mente en lugar de contribuir a los embotellamientos de palabras?
Sí, es tiempo de poesía y meditación, de cuentos, por supuesto, de novelas, no sé. No sé, pero no tengo alternativa, seguiré frente al teclado, tocando la puerta del silencio dónde nacen las historias. Allí, escucho la voz del poeta que hubiera querido ser: “Quiero ser la hoja que florece y muere / el dolor de amar / el deseo del que sufre. / Quiero sumergirme / ahondarme en todo lo ajeno / y amar / ser de todos / para todos. / Ser” (Jacques Viau).
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Julio 2021
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