Gialik
El atardecer duele
cae de golpe sin previo aviso
duele en teoría.
Llueve, llueve fuerte
se escucha muy lejos una voz
un canto
una melodía
está dentro del firmamento
junto con los cometas que se ven una vez.
Llueve en silencio
provocador
aturde
vuelo, vuelo lejos sin fatigarme.
Aquí estoy sentado observando
detenidamente la lluvia
que se pierde en la noche, suelo, tierra.
En ella brota una nueva vida
una semilla encuentra su alma, crece, vuela.
Una gota, una gota de humo trae una estrella,
desconcertante.
En la vida, sólo hay un signo que brilla
y junto con la noche se hunde suave en la oscuridad
en la amargura, deseo, amor y placer.
Esa noche donde la estrella se hace mujer
reconstruye su castillo y tiende el sepulcro.
De lejos, la lluvia se escucha fuerte
el viento trae esa voz, abrazadora
ronca deseosa de música.
Los mundos se cruzan,
el Saxofón luce su traje,
el Jazz toca la puerta y tu voz no sabe de imperfecciones.
Londres se desploma,
asoma su mirada curiosa
en tu baile sensual.
Se rumorea una doncella
con un peinado que se eleva a los cielos
coronando su consuelo
tan alto que no dejaba espacio
a ángeles transitar por su reino.
Te bañas delicadamente en el sabor de las rosas
un trago, dos, tres, humo, vuelo.
Mis oídos no escuchan la lluvia,
el frío se mueve torpemente,
mis piernas se levantan y bailan.
Amor, silencio
amor embriagado en tu pleno ser
que entramado en distancias y canciones
te dejas ver en alcohol
sobre tu escenario imaginario.
Se aproxima un coro
dos hombres
cantan juntos suavemente
bajo un solo foco
en una pieza oscura cerca de ellos
dioses idolatrados despejan el paso a una mujer
esa mujer de energías puras y sinceras
una mujer que amó
una mujer que cantó
y que esta noche con las letanías amanece delirante.
Bajo el tartamudeo de la tarde
aquello que sanaría su alma
a las cuatro en punto la consumió.
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