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Mi segunda madre

por Violeta Güiraldes


Sin quitarle méritos a mi mamá, una mujer maravillosa que hasta arriesgó su vida por traerme al mundo, tu Emilia fuiste mi segunda madre. No tuve la oportunidad de decírtelo pero eras tú la persona con quien más tiempo yo pasaba en la infancia. Normalmente, en la cocina mientras preparabas la comida o en la galería de la casa de calle Marcoleta, preparando todos esos regalos para que siempre estuviera contenta. Porque sólo tú hacías mis empanadas, esas sin pino, con huevo duro. Porque, aunque te ordenaran lo contrario, siempre tenías algo especial para los dos niños mañosos de la casa: mi hermano mayor y yo. Cuando al ver que traías algo que no nos gustaba, de inmediato tú decías al ver nuestras caras de descontento: “No se preocupen. Para ustedes hay otra cosa”.


Eres tú la que me acompañabas a viajar en tren cada verano cuando la familia entera iba en el auto. “Sí, porque la niña se marea. Yo voy con ella”. También me llevabas, muchas veces, a visitar a las primas y cargabas mi muñeca grande envuelta en un chal. Más de una vez te dieron el asiento creyendo que se trataba de un bebé.


Fuiste tú la que cuando yo tenía 8 meses, me rescataste de la otra niñera, la que habían contratado para cuidarme y te hiciste cargo de mí para siempre, porque te dijeron en el almacén que ella me pegaba.


Como voy a olvidar los huevos a la copa con jugo de carne que preparabas para mí cada mañana, porque alguien te había dicho que eso evitaría mis frecuentes dolores de garganta. Y también las gárgaras de sal, que me obligabas a hacer después de lavarme los dientes, con este mismo fin.

Recuerdo con cariño los muchos detalles que me demostraban tu amor, hasta que un día me casé y partí , a los 20 años, de tu lado. Pero fue solo por un tiempo.


Cuando ya tenía a mis dos niños mayores volviste a trabajar cerca mío, esta vez a mi casa. Recuerdo como compartías los programas de televisión con ellos. Nunca supe quién gozaba más con Pimpón, el personaje más popular de ese momento. Te escuchaba reír con muchas ganas, junto a ellos.


Pero un día quisiste darte el gusto de vivir con tus nietos. Tu hijo que creció junto a nosotros, tenía ahora una familia. Mejor no lo hubieras hecho, porque primero murió él y luego, atropellaron a una de tus nietas, y empezaste a compartir tu vida, con una nuera que no te quería tanto como nosotros. Y fue ahí cuando te empezó el Parkinson y te internaron en un hospital para enfermos mentales. Cuando te fuimos a ver me pediste que te sacara de ahí, pero no me sentí capaz de hacerme cargo de un enfermo porque yo trabajaba todo el día, tenía a los niños pequeños y muy poco dinero.


Aunque comprendo mi decisión, siempre me he arrepentido de haberla tomado. Tal vez no tenía tan claro que era yo tu pariente más cercana. Recién lo supe cuando el día de tu funeral, todos se acercaban a mí para darme el pésame y me pasaron una pala para que cubriera con tierra tu ataúd.

Perdóname Emilia. No pude devolver tu cariño como era lo justo porque, para los demás, tú eras solo la nana de mi casa, no mi segunda madre.


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