Por Juan Enrique Piedrabuena
Cayeron páginas del calendario ,
y con ellas las hojas de los otoños,
con un rápido torbellino sin vuelta.
Llegaron inexorablemente las nieves del invierno.
El planeta giró sobre sí mismo para mirarse el ombligo,
se deshicieron los tórridos veranos sobre la tierra,
llegó la estimulante primavera,
y nuestras palabras viajaron de ida y vuelta ,
como pájaros migradores sin nido donde cobijarse.
Entonces se extraviaron nuestras huellas
en un intrincado laberinto sin retorno,
nos atraparon con una enorme red de compromisos.
Transcurrieron días, meses , años
el ayer , se transformó en un quizás mañana,
y después tu figura en un pálido recuerdo,
que yacía enterrado como si hubieras muerto.
Un día intuí que ibas a llegar
con los vientos del otoño
y escuche por sorpresa tu voz cristalina,
desde el otro lado del teléfono.
Querías despedirte , darme un último abrazo
porque tomabas tu propia senda.
Entonces quedé como volantín interrogando el viento ,
ratón acorralado por las jugadas del destino .
Comprendí que se había acabado nuestro tiempo.
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Imagen de LoggaWiggler en Pixabay,
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